miércoles, 24 de febrero de 2016

Azul.

Era mi último día en Samarcanda y apenas podía dormir, los recuerdos se agolpaban en mi cabeza  y la nostalgia ya invadía mi corazón.

Soñé que eran otros tiempos, remotos, mágicos como de cuento de princesas. Soñé que mi caravana había llegado a la ciudad prometida. Todo era ruido y alboroto. Estaba en el mercado: el aire olía a jengibre, clavo, canela y clavo de olor. Los diamantes, el cuero, los rubís, animales exóticos y plantas maravillosas llenaban el espacio de color. La luz era distinta a cada momento. Se oían lenguas extranjeras a cada paso, risas, riñas, ruido, música…  vida. 
 


Recuerdo que soñé que llegué a unas grandes puertas ricamente decoradas y encima de ellas las cúpulas turquesa se alzaban inmensas compitiendo con el azul del cielo. Entré por una de esas puertas y desperté.
Era temprano. Abrí una ventana y allí estaba la ciudad: las cúpulas azules, los dorados de las casas, el olor a perfume exótico y a especias, el aire dormido y fresco, el sol apunto de llenar todo el espacio con su luz y el misterio…La ciudad iba despertando y ya se escuchaban los ruidos de la vida y se podía oler el café recién hecho.
Era hora de partir y nunca borrar todo lo que ese lugar me había hecho sentir.
Samarcanda: ciudad inspiradora, remota, azul, exótica, misteriosa y bulliciosa donde se confunden el sueño y realidad, donde el viento es oro y eternidad, donde la luz es extraña como extraña es la ciudad. Noches frías, días cálidos y toda la eternidad para nunca cansarse de esta antigua ciudad.



  

1 comentario:

  1. Hola Ana, he cambiado la entrada y espero que esta vez esté bien. Un saludo, Violeta.

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